Enrique Rivera nació en Santiago de Chile en 1941. Desde niño, su madre lo llevaba a los conciertos del Teatro Municipal de Santiago, que se encontraba a corta distancia de su residencia en el centro de la ciudad. Junto con eso, escuchaba la música docta que transmitían las radioemisoras chilenas. A los catorce años, Rivera comenzó a estudiar piano con Elena Waiss en la Escuela Moderna de Música. Luego de terminar sus estudios en el Colegio Luis Campino, en 1960 inició sus estudios superiores de música en el Instituto de Música de la P. Universidad Católica de Chile – entonces Departamento de Música – siendo miembro de la primera generación de estudiantes de dicha institución, que se creó justamente en 1960, teniendo al compositor Juan Orrego-Salas como su primer director. En la Universidad Católica, Rivera fue alumno del pianista y compositor Federico Heinlein (armonía y contrapunto) y del director Juan Pablo Izquierdo (análisis), entre otros. Ya en ese entonces había desarrollado un gran interés por la música de las primeras décadas del siglo XX, por ejemplo la obra de Béla Bartók y la obra temprana de Arnold Schönberg. De esta época datan sus primeros acercamientos a la creación musical, si bien el compositor no conservó sus manuscritos previos a 1962.
Tras dos años de estudios en la Universidad Católica, en 1962 Rivera ingresó al Conservatorio Nacional de Música de la Universidad de Chile. Habiendo sido eximido de diversos cursos de teoría de la música ya realizados en el Departamento de Música UC, Rivera ingresó directamente como alumno de composición de Gustavo Becerra-Schmidt, siendo compañero, entre otros, del musicólogo Luis Merino, los compositores Cirilo Vila, Sergio Ortega y Miguel Letelier. De esta manera, Rivera se unió al espacio conocido como “Taller 44”, nombre dado a la sala nr. 4 del cuarto piso del Conservatorio, lugar donde Becerra-Schmidt recibía a sus alumnos para comentar sus obras, y donde los miembros del taller eran siempre bienvenidos para escuchar y participar de lo que Becerra-Schmidt conversaba con sus alumnos. Durante sus primeros meses como alumno de Becerra-Schmidt, Rivera escribió La ausencia para voz y ensamble instrumental. La concepción de la obra, basada en el poemario Cancionero y romancero de ausencias del poeta fallecido durante la Guerra Civil Española, Miguel Hernández, partía de su fascinación por las obras para voz y ensamble de la segunda Escuela de Viena, especialmente el Pierrot lunaire de Schönberg. Sin embargo, su idea fue crear un discurso continuo, rompiendo con la idea de un ciclo de canciones segmentado. La obra, escrita para tenor y un ensamble mixto de 16 instrumentos, recibió el Primer Premio en los Festivales de Música Chilena de 1962. Con esto, tras sólo un semestre en el Conservatorio Nacional, Rivera daría un inesperado salto en su carrera como compositor. Posteriormente, el compositor escribió una segunda versión para un grupo instrumental reducido, la que se estrenó en la Temporada del Instituto de Extensión Musical (IEM) en 1964. También en 1962, Rivera escribe la Suite Sine Nomine para piano, que recibió una mención honrosa en los Festivales de Música Chilena de 1962. La obra fue estrenada por la pianista Carla Hübner, quien era entonces su pareja. Hübner era alumna de Rudolf Lehmann y una destacada estudiante del Conservatorio Nacional. Dados sus nexos familiares en los Estados Unidos, Hübner recibió a su vez durante varios años clases privadas con Claudio Arrau.
Rivera recibió un nuevo reconocimiento en su carrera en 1963, cuando tras una visita del compositor norteamericano Aaron Copland a Chile, recibió una Beca Guggenheim para realizar estudios en Estados Unidos. Sin embargo, a raíz de su militancia en las Juventudes Comunistas, no se le permitió ingresar a este país, pese a realizar diversas gestiones que se extenderían a los años sucesivos. Esa circunstancia adversa se vería compensada con una nueva distinción, al ser seleccionado en 1964 como becario del Centro Latinoamericano de Altos Estudios Musicales (CLAEM) del Instituto Di Tella en Buenos Aires, para el período 1965-1966. En este centro dirigido por Alberto Ginastera, eran seleccionados bianualmente doce becarios de diversos países latinoamericanos, quienes realizaban estudios de composición y música electroacústica con docentes argentinos y profesores visitantes. En la generación 1965-1966, Rivera fue compañero de Rafael Aponte-Ledée (Puerto Rico), Jorge Sarmientos (Guatemala), Benjamín Gutiérrez (Costa Rica), los argentinos Jorge Arandia, Mariano Etkin, Eduardo Mazzadi y Graciela Paraskevaídis y los chilenos Gabriel Brnčić y Miguel Letelier. También conoció en el marco del CLAEM a Gerardo Gandini, profesor adjunto, y a Blas Atehortúa, entre otros. Dentro de los profesores visitantes, Rivera asistió en el CLAEM a los cursos de Iannis Xenakis, Earle Brown, Maurice Le Roux, Mario Davidovsky y Roger Sessions. Ya que los becarios chilenos estaban familiarizados con los lenguajes de la vanguardia musical, se construyó entre ellos y los vanguardistas argentinos una natural afinidad. En Buenos Aires, Rivera compuso y estrenó su Sonata II (1965) para piano, Balada (1965) para voz, trompeta y cuarteto de percusión, y Los refranes (o alguien dijo…) (1966) para cuarteto vocal hablado, guitarra y percusión. En estos estrenos participó Carla Hübner, quien viajó con él a Buenos Aires, donde ofreció diversos conciertos de música del siglo XX. Dentro de sus experiencias musicales, ya en esa época Rivera y algunos de sus compañeros becarios se interesaron por las propuestas estéticas de John Cage, La Monte Young y el grupo Fluxus, llegando a ofrecer un concierto experimental con obras norteamericanas que tuvo una polémica recepción en el Di Tella. Dicha experiencia puede considerarse como antecedente del Grupo de experimentación musical, proyecto que a partir de 1969 dirigiría Gandini en el CLAEM. La experiencia argentina fue enriquecedora para Rivera en términos culturales amplios, ya que en Buenos Aires pudo asistir frecuentemente a funciones de teatro, conciertos y cine arte. Estando aún en Argentina, en 1966 fue galardonado con el Premio de Composición de la Casa de las Américas por su obra para voz y piano El hombre acecha (1966), nuevamente sobre poemas del Cancionero y romancero de ausencias de Hernández.
En 1967 Rivera retornó a Chile e ingresó a trabajar en la radio del IEM de la Universidad de Chile, además de desempeñarse redactando los programas de las Temporadas de Conciertos del IEM y como crítico musical del periódico del Partido Comunista, El Siglo. Coincidiendo con años políticamente intensos en Chile – los que desembocarían en 1970 en la elección de Salvador Allende como presidente del país – en esta época su compromiso político se fortaleció con la lectura de autores marxistas y la participación en espacios de discusión política. En ese marco, participó en la reforma universitaria que se extendió entre 1967 y 1973 al interior de la Universidad de Chile, siendo miembro del consejo conformado en la Facultad de Artes para discutir dicha reforma. Una obra que refleja su compromiso político de esos años es Crear dos, tres Vietnam (1967) para voz y guitarra, con textos del mismo compositor sobre una consigna de Ernesto “Che” Guevara. En 1972 y tras la muerte de la decana Elisa Gayán, fue nombrado vicedecano de la Facultad de Artes para el período de transición hacia una nueva decanatura. Sin embargo, Rivera no se mantendría mucho tiempo en ese cargo, ya que en octubre de 1972 sería designado como Director de Cultural del gobierno de Salvador Allende, recibiendo la tarea de fortalecer el área de cultura a través de la formulación de una nueva política cultural. Su trabajo en el segundo piso de La Moneda, espacio tradicionalmente destinado a los asesores de los gobiernos chilenos, se interrumpiría bruscamente con el golpe militar del 11 de septiembre de 1973 y la consiguiente dictadura militar.
A nivel personal, Rivera y Carla Hübner se separaron tras el retorno a Chile y la pianista partió a Estados Unidos. Al momento del golpe de estado, la nueva pareja de Rivera era Patricia Rodríguez – cuñada del también compositor Sergio Ortega – con quien tuvo a su hija Natalia. Gracias a las gestiones de su suegro, Rivera pasó las primeras semanas tras el golpe en el campo. De regreso en Santiago, el compositor fue obligado a renunciar a su cargo académico en la Universidad de Chile. Gracias al apoyo del director Fernando Rosas, consiguió un trabajo en la gestión y redacción de programas de la Temporada de Conciertos de la Universidad Católica, que entonces se desarrollaba en el Teatro Oriente, función a la que, después de un tiempo, sería obligado a renunciar por orden del Servicio de Inteligencia Militar. Al cerrarse sus posibilidades de desempeño en el medio musical, Rivera comenzó a trabajar en el área publicitaria, redactando guiones y realizando jingles publicitarios, período que coincidió con su crisis matrimonial.
En 1975, Rivera comenzó una relación sentimental con Harriet Nahrwold, su pareja hasta el día de hoy. La chilena de padre alemán y madre descendiente de alemanes vivía por entonces en Detmold, Alemania, donde estudiaba flauta y clavecín en la Nordwestdeutsche Musikakademie. En 1976, Rivera partió igualmente a Detmold, donde realizó estudios de composición con el profesor y compositor Giselher Klebe, en la misma institución, entre 1976 y 1978. En Detmold realizó una segunda versión de El hombre acecha (1977) para soprano y cuatro percusionistas, la que fue estrenada bajo su dirección en la Musikakademie. No obstante, durante esta etapa de su vida, los cuestionamientos en torno a las posibilidades de una música de vanguardia que fuera capaz de transmitir un mensaje y conmover a los receptores – una música “que te ponga los pelos de punta” y sea capaz de “producir emociones muy fuertes para que tenga una validez universal” (Rivera 2021) – lo llevaron a alejarse paulatinamente de la composición.
De regreso en Chile a fines de la década de 1970, Rivera y Nahrwold se desempeñaron en el área publicitaria, especialmente vinculados al rubro gastronómico y vitivinícola y tuvieron tres hijos: Diego, Luisa y Ana, desarrollando una larga y activa trayectoria en este ámbito. No obstante, Rivera ha continuado disfrutando de la escucha de la música de los siglos XX y XXI y se define como alguien que “fue músico y dejó de serlo” (Rivera 2021).
Composiciones de Enrique Rivera
Camino de verano (1961) para piano a cuatro manos. Sobre un poema de Las estaciones del hombre de Juan Agustín Palazuelos.
Suite Sine Nomine (1962) para piano. Mención honrosa en el VIII Festival de Música Chilena (1962), interpretada por Carla Hübner.
La ausencia (1962) para tenor y conjunto instrumental. Ciclo de canciones sobre poemas del Cancionero y romancero de ausencias de Miguel Hernández. Primer premio en el VIII Festival de Música Chilena (1962), interpretada por Hernán Würth (tenor), Conjunto instrumental del IEM y Agustín Cullell (director).
Tres composiciones (1962/64) para contrabajo y piano. Composición I (1962), Composición II (1964), Composición III (1964).
Sonata I (1964) para piano. Mención honrosa en el IX Festival de Música Chilena, interpretada por Carla Hübner.
Balada (1965) para voz, trompeta y cuarteto de percusión, obra escrita en Buenos Aires.
Sonata II (1965) para piano, obra escrita en Buenos Aires.
Los refranes (o alguien dijo…) (1966) para cuarteto vocal hablado, guitarra y percusión. Obra escrita en Buenos Aires.
El hombre acecha (1966) para voz y piano. Premio Casa de las Américas, La Habana, Cuba, 1966.
Crear dos, tres Vietnam (1967) para voz y guitarra. Texto de Enrique Rivera sobre una consigna de Ernesto “Che” Guevara.
El hombre acecha (1977) – segunda versión – para soprano y cuatro percusionistas. Dos canciones para soprano y cuatro percusionistas sobre un poema de Miguel Hernández. Obra escrita en Detmold, Alemania.